Plinio trató de convencer a Ana de que se fueran a Huelva. Inútilmente. El amor de Plinio esta vez no quiso hacerle caso.
Sonrió Plinio pensando que todo es verdad, como decía Don Antonio Machado. El amor soñado y el amor de verdad.
-Habré naufragado de nuevo, -pensó Plinio. Y a punto estuvo. El Jerte venía desbocado. Y llovía y llovía. A borbotones, a cántaros. A ráfagas. Y el Jerte parecía un Niágara sin Marilyn Monroe.
Leyeron poesía. Comieron cerezas. Bebieron agua -a pesar de lo que llovía-. Hicieron juegos de palabras. Bailaron en la noche... Pero no acabaron en Huelva. -En una playa -soñaba Plinio... En una.. playa.
Y fuera seguía lloviendo. Llovía con ganas. Llovía lluvia. Llovía a bocanadas. Llovían rayos de sol. Llovía el diluvio entero mientras Plinio seguía soñando con la playa.
Anocheció y amaneció de nuevo.
Plinio miró el cielo. Y entre cerezas, restos del diluvio, rayitos de sol y ternura, cosquillas anaranjadas, burbujas en los ojos y una mano entre la suya, supo que ya nunca naufragaría. JESÚS ÁNGEL REMACHA.
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