sábado, 8 de junio de 2013

EL MISTERIO DEL CUARTO AMARILLO

El cadáver de Plinio no presentaba ningun signo de violencia. ninguna herida, ningun tasguño. La habitación pintada de amarillo tenía el aspecto acogedor y entrañable de siempre. 
Te relajara y calmará tus nervios -le había dicho Lidia-. La habitación estaba ordenada y limpia. Cientos de libros, algunas fotos, un cuadro de Paul Klee, una máscara de Chichicastenango y un tapiz de Masaya.
La mecedora en la que solía sentarse al pie de la ventana con un libro de Nancy Houston. La huella del ángel.

Lidia cogió el libro. Miró el titulo y rompió a llorar. Por fin, rompió a llorar.e
Unas horas antes, alarmada por el silencio de su amigo,  había vuelto a aquella casita de la colonia Rosa Luxemburgo. No notó nada raro. Pero al llegar a la puerta de aquella estancia y encontrarla cerrada supo que algo extraño había ocurrido. 
En aquella estancia en la que sólo ella podía entrar.

-Plinio, Plinio... ¿estás bien? 

Lidia salió al jardín. Las ventanas estaban cerradas. Bajadas las persianas. Fuera no se oía ruido alguno.
Lidia temió lo peor. Dos coches patrulla llegaron apenas una hora después. La casa estaba ordenada, recogida, a oscuras... lo que volvió a encoger el corazón de Lidia.
Subieron las escaleras precipitadamente. Lidia llamó de nuevo a la puerta.                

-Plinio, Plinio… ¿estás bien?

Imposible abrir la puerta. Los guardias, expertos, supieron al momento que  estaba cerrada por dentro. Sonó un disparo que quebró la tarde y luego otro y luego un tercero.
Cuando los agentes pudieron derribarla, no vieron nada. Abrieron las ventanas de par en par, para que entrara un poco de luz y entonces lo vieron.
El cadáver de Plinio no presentaba ningún signo de violencia. Ninguna herida, ningún rasguño. Estaba con la cara apoyada en el viejo escritorio de caoba que Lidia, tan bien conocía.
–Lo sentimos señorita todo indica que ha sufrido un ataque al corazón. Observe ese color rojo en sus labios.

-Pero no es posible. La puerta...  -intentó decir entrecortadamente. 

-Hay otra explicación más excitante... quizás se haya suicidado. Esos labios morados, quizás sean restos de cianuro.  -Tendremos que analizarlos –dijo el que parecía el jefe de todos ellos.

Cuando Lidia se quedó a solas con Plinio, abrazo su cuerpo ya frío. Se estremeció. Y lloró de nuevo. Sólo entonces reparó en aquel sobre: LI.

Lo abrió presa del dolor y del pánico.
Ha venido Susana a verme. Perdóname amor. Pero sus labios, sus labios, sus labios... Te adoro, Plinio.
RIMER FINALLidia abrazo por última vez a su amado, lloró por última vez, y mesando su cabellos susurró: 
-Plinio, Plinio, Plinio…

SEGUNDO FINAL
Lidia abrazo por última vez a su amado, lloró por última vez, y mesando su cabellos susurró:
-Plinio, Plinio, Plinio… 
y en un gesto de infinita ternura besó el veneno de sus labios y 19 segundos después, el veneno hizo su efecto y Lidia cayo muerta a su lado.

TERCER FINAL
Lidia abrazo por última vez a su amado, lloró por última vez, y mesando su cabello susurró: 
-Plinio, Plinio, Plinio

y en un gesto de infinita ternura besó el veneno de sus labios y el veneno hizo su efecto 
y los dioses conmovidos hicieron que el calor de los labios de Lidia rompiera el sueño eterno de Plinio.
Lidia y Plinio siguen en el cuarto amarillo y aun se están besando...
Jesús Ángel Remacha. Madrid, 25 de enero de 2010. 
Paseo de Recoletos. Madrid.

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