sábado, 23 de agosto de 2008

VISTA DE AMANECER EN EL TRÓPICO. DESPUÉS. EPÍLOGO

Volveré a La Habana. No permitiré que vuelva a señalarme con el dedo y me advierta, públicamente, que he vuelto a abandonarla.
Volveré a La Habana. Si me quieres, si me conoces, si me percibes, si realmente te has enamorado alguna vez, sabrás lo que pretendo decirte.
Volveré a La Habana. Y, algún día, no regresaré. Me perderé allí o en Granada. Y tendreís que buscarme entre Atarfe y Fuentevaqueros. No muy lejos del Barranco de Viznar, de la Huerta de San Vicente, de Graná.
Si tienes paciencia y tiempo, y no me encuentras, irás a La Habana. Y allí me encontrarás.
(Tenemos un viaje pendiente juntos.)
Jesús Ángel Remacha –Plinio-

VISTA DE AMANECER EN EL TRÓPICO. ULTIMAS TARDES CON LA HABANA -XI-

He pateado sin descanso, los olores preferidos de mi Habana: el campo de Marte, el populoso Barrio Chino y el Paseo del Prado
Camino con mimo esta ciudad que siempre me parece nueva No me cansaría nunca de habitarla, aunque ahora esté llena de turistas y ya no escuchen, apenas, las canciones del Che.
Es la ciudad de mis sueños. Quizás sea ella mi alma gemela. Quizás mi alma gemela esté aquí. Camino lleno de luz, asombrado aún por la mezcla de colores, de razas, de músicas, de cuerpos, de ritmos…
Hoy me he dejado llevar por mi propio instinto y me he perdido. Mis pasos me han llevado por calles llenas de luz que desconocía.
Me perdí, callejeando, me perdí. O me encontré. Porque mis pasos me descubrieron una ciudad multirracial, caótica y colorista, llena d vida, de música de un ritmo vital, de aguadores, de afiladores, de mulatas, de más mulatas, de chinos, de salsa, de maní, de olor a carne asada, de casas abiertas de par en par, de casas, de calles inmensas sin un solo coche, sin bicis, sin prisas, sólo de gente que viene y que va.
Llenas de bicis, pletóricas de ñus, ron, de sexo a raudales, sensuales y luminosas, de parejas que se aman y se abrazan y se besan sin tiempo y sin miedo al tiempo. De mujeres ardientes y hombres más reposado, rostros del negro bien negro.
De calles inmensas repletas de columnas barrocas, coloniales y de otras columnas que caminan las calles. Rostros del negro yoruba, rostros del negro bien negro. Calles mulatas, calles negras, calles blancas.
Me pierdo y dejo que mes pierda y dejo que mi alma quede cautiva, enamorada. De nuevo enamorada. De nuevo rendida. De nuevo.
Recojo los corres que te prometí. Creo que he sido un buen lazarillo.
Un paseo final, antes de la última noche. Un paseo de seis kilómetros. A la derecha el Caribe y las habaneras, quietos, mirando el mar, hablando, susurrando, charlando en voz baja, Escuchando música
Habaneras dormidas, habaneras que abrazan, que rodean y e3nvuelven al amante. Que no se detienen que lo envuelven en su cuerpo y quedan, amándose, como suspendidos un instante de eternidad. Me detendría acaso a cada paso, Me gustaría meterme en su mirada, en su alma, saber…
Pero prefiero caminar despacio, dejar que la vida me desborde y me arranque, que la arrasadora utopía de la vida entre en mí. Hay grupos y parejas. Familias y amigos…
Y una mujer, una muchacha sola. Viste una cazadora verde o azul, -mis ojos en la noche no valen casi nada-. En esta noche tan hermosa ella está como aislada,
Mi mirada se detiene en la suya apenas un instante. Esta sentada. Bebe un refresco de limón. Su mirada posee todos los ingredientes de lo que amo en La Habana.
Su mirada es tan nítida, que desvelo su alma. Abre los labios iniciando una sonrisa, llena los pulmones de aire y me mira.
Sus ojos brillan más que ningún otro. Y en ese intervalo de cinco pasos en los que nos miramos. Me cuenta con siles su historia. (Una historia que Plinio no puede contar.)
Sueño con ella, pero, cuando despierte, ya no estaré aquí. Volveré esta noche a verla, después de todo. Y simplemente repetiré ese mismo gesto.
Mañana, tengo que regresar, aunque mi alma demore semanas o meses en hacerlo. Quizás nunca regrese del todo. Por eso amo La Habana, Quizás. Sólo quizás: JESÚS ÁNGEL REMACHA -PLINIO-

VISTA DE AMANECER EN EL TROPICO. AMAR A UNA DESCONOCIDA -X-

Plinio decide caminar por el malecón de La Habana. Muchas veces se detiene fascinado por tanta belleza.
Le vemos caminando con la mano derecha, prieta, sobre su estómago. Este simple gesto debe ayudarle a respirar y a contener la emoción.
Camina. Se para. Mira hacia el mar. Hacia el malecón.
Debe darse cuenta de que esta ciudad que tanto ama, aún es una desconocida, Si le miramos detenidamente advertimos, como es capaz de asombrarse incluso después de un leve parpadeo.
Alguien a quien ama profundamente, le sigue observando cada vez que le ve. Viene despacio. Vuelve a pararse. Mira el mar que hoy amenaza tormenta. Hoy no tiene quien le venda puros, ni PPG.
-El PPG, nos cuenta, fue la gran vedette hace algunos años. La viagra cubana, ariete contra el colesterol, antes de que occidente se volviera loco. Efectivo cien por cien.
El Che está `pr todas partes y las mulatas, menos mal también.
Esta mañana se ha llegado hasta la Plaza de la Revolución. Visita obligada al Che. Ha subido al memorial José Martí. Desde la terraza de cuarenta pisos ha divisado toda la ciudad. Del memorial, del Museo le ha gustado una frase. (A este Plinio le gustan las frases).
Se refiere a la importancia de las palabras y se parece mucho a la que un día, oyó a Cortázar, en Madrid.
Por la tarde ha paseado por el Campo de Marte y el barrio Chino. Se detiene en el paseo y escribe:
“Es mi última tarde en La Habana. Y ya tengp ganas de volver. He conocido esta ciudad de la mano de mis sobrinos. Con Dani, la he recorrido incesantemente desde el amanecer.
Con Angel he descubierto, sus ojos asombrados, su mente inquieta, su desmedido afán por desvelar el mundo.
Con Dani, ya adolescente, y tan parecido a Cortázar, él, recorrería incansable las calles de La Habana y de cualquier otra ciudad del mundo, cenando con Irene y Titén: -“Cuando vuelva a La Habana quiero ser como ellos, vivir como ellos, igual que ellos…lejos del hotel”
Ángel me pregunta todo de Cuba. ¿Quién es el Che? ¿Antes de Colón, quien estaba? Me pregunta sobre el dolor y el conocimiento, sobre las mulatas, sobre ti.

Me voy al Hotel Nacional. JESÚS ÁNGEL REMACHA -PLINIO-

VISTA DE AMANECER EN EL TRÓPICO. LA HISTORIA DEEL EMIR MOHAR -IX-

Cuenta Plinio en una de las leyendas, que un día escribió a Lidia, que en la ciudad de Ispahám, en Arabia, la del gesto de la muerte de Jean Cocteau, vivió una vez su majestad el emir Mohar.
Mohar fue un emir ambicioso, un mecenas deseoso de pasar a la posteridad. Un día Mohar mandó a criados y príncipes que partieran en la búsqueda de Mamberlán, el famoso arquitecto damasceno.
Mamberlan construyó para Mohar un castillo con forma de laberinto. El laberinto tenía siete puertas y cada puerta, después de espejos y pasadizos desembocaba en una amplia sala. Cada sala, cuidada hasta en los más mínimos detalles, representaba una de las siete ramas del saber. Decorada con piedras preciosas, rubíes y jades, cada sala era un fabuloso tesoro.
Pero para quienes sabían ver más allá de tanta magnificencia, también ocultaba una propiedad mágica. El laberinto, -cuentan que en él se inspiró Dédalo-, fue aclamado como una nueva Maravilla similar a los jardines de Babilonia o el Faro de Alejandría. Miles de viajeros de todo el mundo viajaron hasta Ispahám para contemplarlo. Y alabar a su arquitecto.
Cuenta Plinio que Mohar, mandó ejecutar a Manberlam, para evitar que el arquitecto desvelara las claves de su construcción. Y que Manberlam, precavido, pronunció un sortilegio en el mismo instante de su muerte, y que el laberinto se desvaneció en el aire.
Cuenta Plinio en otra de las historias que escribe para Lidia, aunque otras y otros las lean que, en las Antillas, hay una isla inusual: Cuba y que allí vivió un hombre llamado Argantonio con su hija.
Cuenta Plinio que la belleza de Soroa era tal, que acudían de todos los rincones el mundo toda una corte de príncipes, caballeros y piratas dispuestos a solicitar su mano y extasiarse con su belleza. Y, que, sin saber porqué, (pero es fácil adivinarlo) Soroa enfermó de melancolía. Y murió, joven y hermosa, de amor.
Y que su padre, Argantonio, apenado y roto por el dolor mandó buscar a Keramburo Oé, japonés, arquitecto, poeta… Que Keraramburo Oé trajo flores y árboles de todo el mundo: ceibas, mamey, dragos, baobabs malinches, robles… y miles de orquídeas de mil colores y formas diferentes.
Que con ellas construyó un jardín con forma de laberinto, un asombroso jardín resguardado en un rincón del paraíso desde el que Plinio escribe esta historia a Lidia, en esta mañana húmeda de julio… ...(Cuando Lidia vuela a Jerusalén)
No llovía en Soroa, aunque era palpable la humedad. Estaba tal y como la recordaba, húmeda y excitante, aunque no fuera tiempo de orquídeas.
Daniel, mi sobrino más parecido a Cortázar, me ayudó a hacer fotos arañas y orquídeas, de colibríes y otras flores desconocidas, mientras una guía genial nos explicada lo poco que quieren los cubanos a las suegras, y el origen de este jardín.
Me fascinó la historia de este padre que, trastornado por la muerte de su hija, decide invertir todas sus riquezas en la construcción de este jardín. Enseguida supe cómo iba a construir esta historia. Soroa sería la princesa que diera nombre a este jardín situado al norte de Cuba.
Cómo relacioné Soroa con el emir Mohar, con el laberinto, con Dédalo, es muy fácil de contar.
JESÚS ÁNGEL REMACHA -PLINIO-

VISTA DE AMANECER EN EL TRÓPICO. SE LLAMABA ANA. -VIII-

Me pediste que te contara la historia de Maite. Hoy, prefiero contarte la de Ana, la de Ana Isabel.
Ana (¡que le habré hecho a la vida para merecer semejante nombrecito!) fue alumna mía en el curso 1982. (Aún no había muerto mi padre)
Entonces era un joven delgado y rebelde (lo de la rebeldía aún me dura, en lo de la delgadez estoy). Trabajaba el texto libre de Freinet, tenía una imprenta en clase, un cuaderno viajero y nuestra aula estaba llena de carteles, canciones, fotografías, poemas…
Por supuesto, no teníamos ni libro de texto, ni exámenes y las notas las poníamos entre todos. Siempre, llegábamos a un acuerdo sobre lo que queríamos hablar o aprender. Por tanto, yo no siempre era el profe.
(Aún conservo aquel cuaderno, rojo por supuesto, en el que dejamos escritos nuestros sueños. (Nuestro diario, nuestras entrevistas y quereres,
Recuerdo, por ejemplo, como preparamos con mimo la campaña electoral de 1982, aquella en la que ganó el Partido Socialista. Como llenamos el cole de posters de todos los partidos, los mítines en clase, los candidatos reales viniendo a hablar con nosotros, nosotros haciendo de candidatos, la votación, las urnas… todo…
(En aquel entonces, yo vestía de blanco, tenía barba y era comunista) (Menos la barba…)
Fue una historia magnífica, el mejor de los años posibles. El curso en el que Ana se enamoró de mí.
Tuve problemas con su madre, recuerdo. Yo también estaba fascinado con aquella niña de ojos azules que me miraba con tanta atención.
En las fiestas de Navidad, vino guapísima, con su vestido largo, de color negro. -Bailas –me dijo. Toda la clase, (que ya sabía…) (toda la clase menos yo), estaba pendiente de lo que pasaba entre nosotros
-No puedo, intenté decirle. (¡Y mira que lo deseaba! ). Pero apenas iniciado la n, me abofeteó, una y dos veces en la cara.
-Eres imbécil
–me dijo, y no te enteras. (Nunca ha vuelto a pegarme ninguna otra mujer).
En aquellas navidades yo andaba leyendo un libro de Peter Hartling: Ben quiere a Anna. ¿Anna? ¡Vaya nombrecito! ¿Qué le habré hecho a la vida para merecer este nombre de mujer! Ben es un niño que enferma, cuando su amiga del alma, Anna, se va a vivir a otra ciudad de Alemania. Cree que las fiebres se las provocan la falta de su amiga, su amor.
En aquellas navidades, yo también enfermé y pasé la última gripe de mi vida. Ben se escapó de su casa para ver a Anna. Yo también necesité salir de Aranda y venir a Alcalá. Me imaginé que me encontraba con Ana. Y me la encontré.
Nada más bajar del autobús. En el balcón de su casa, Planta baja. Me sonrió feliz y a mí se me pasaron las fiebres. Pasó el tiempo, acabó el curso y dejamos de vernos.
Ella se marchó a un pueblo de Albacete y yo seguí en Alcalá. Durante años me llamó. Siempre a escondidas de sus padres. Siempre a las 12 de la noche. Nunca dejó que la llamara yo.
-Sigo enamorada de ti. Me quiero ir a vivir contigo.
-Pero Ana, eres menor de edad, no puede ser.


Me cambié de casa y de teléfono. Me hubiera gustado decírselo. Pero cómo… Ella lo hizo. Me sorprendió. Me emocionó. Me llamó muchas otras veces.
-Sigo enamorada de ti y ya no tengo trece años. ¿Es que no vas a hacer nada? Casi ni soy menor de edad. -Ana…
Sucedió un 3 de marzo de 1987. Yo estaba escribiendo, como ahora. (Me gusta escribir). Alguien llamó a la puerta: era Ana. ¿Te imaginas que sorpresa?
Venía también con un vestido negro. Con los limpios ojos azules de siempre. ¡Qué guapa estaba! El corazón me dio un vuelco.
Ana entró en casa.

¿Tienes aquella canción de Neruda? (Se refería a Tu risa de Los versos del capitán) -Me enamoraste con esa canción y con tu manía de hacernos escuchar Yolanda. (Ay, Pablito) Me reí. -Pero, Ana…

-Felicítame, es mi cumpleaños:
(Yo aún no sospechaba nada) -Felicidades Ana.
-¿No vas a regalarme nada? -Lo que tú quieras, Ana. -¿Me lo prometes? -Ye doy mi palabra. -Quiero acostarme contigo. Y no te gadas el loco. Me lo debes.
-Ana…
-Eres el mismo imbécil de siempre. Hoy cumplo dieciocho años. Ya no soy menor de edad y quiero acostarme contigo. ¿Qué excusa vas a ponerme esta vez?
.Ana, yo…

No me dejó acabar la frase. Literalmente, se tiró encima de mí. Me beso, me acarició, y perdido en sus brazos, en su cuerpo de ángel me dejé llevar. (Fue una tarde, una noche de luna llena, la tercer luna llena del año: la de la brujería.)
-Siempre supe que aprobaría esta asignatura contigo, profe. -Ana…
Ana desnuda. Durazno y magnolia se echó a reír.
Volví a ver a Ana muchas veces más. Volvimos a amarnos. Siempre llegaba por sorpresa a casa. Mi corazón siempre daba un vuelco al verla. Y ella si disimularlo se reía de mí.
Pasados varios años me encontré con Rosa.
-¿Sabes que Ana se ha casado –me dijo, con un hombre más mayor que ella?
-Se cansaría de mi pensé. De esperarme. Quizás decidiera que quería andar su camino.
A veces busco su nombre en alguna guía, en algún padrón, en algún sitio. En vano.
Necesito sabe que sigue viva. Me gustaría. No encuentro su rastro. (P- ero la ventana en la que hablé con ella, lleva meses abierta). JESÚS ÇANGEL REMACHA -PLINIO

VISTA DE AMANECER EN EL TROPICO. MI OJO IZQUIERDO -VII-

Las puertas de la catedral están abiertas, pero sus bancos están vacíos. Antes entraba la gente para resguardarse del sol. Otros huyeron de la catedral cuando vino Juan Pablo II.
Llevo cinco horas caminando y me he detenido, aquí, a descansar un rato. Una orquesta chica, un grupo toca salsa, tomo una Bucanero y dejo que el aire que desde hace dos días me rodea, me siga abrasando.
Hay muchos turistas despistados. En laa mesa de al lado, de la que nos sentamos tu y yo se ha sentado una pareja. Ella es negra bien negra y jovencísima. Lleva una camisa verde de tirantes, pantalones vaqueros y un pañuelo azul anudado a su pelo. Es muy bonita. Lleva muchos pendientes y colgantes. Y unas gafas de sol en el pecho.
Él es español o italiano. Da lo mismo. Blanco, gordo y calvo. Tan mayor que parece su padre. Pero no lo es. Ni esas son sus intenciones. Y esa sonrisa tan bobalicona.
Ella permanece en silencio y bebe su jugo de mango con avidez. Está nerviosa. El día se oscurece y la tarde se llena de turistas y mi ojo izquierdo, tan loco y estrávico, ve lo que no debe ver.
Joder: pensé que esto se había acabado. Que ya no existía. No soporto ni a pedófilos ni a pederastas. -¿Cómo puede alguien encamarse con su propia hija? Hubo un tiempo en el que me ofendí. Hubo un tiempo en el que me sentí ofendido.
Ellos, los vencedores, los caínes sempiternos, señalaban que el fracaso de Cuba es que había vuelto la prostitución. ¡Tanto Fidel para nada! ‘tanto Fidel para tanto!
Los que cuando la mano señala la luna, sólo se fijan en el dedo… y sin embargo:
*Es sólo el fracaso del rey que se acuesta con Delgadina, su hija;
*El del otro rey que se desentiende de Blancanieves,
*El que consiente que sus hijos se mueran de hambre – o los devora.-
Ya en la Biblia, en el Antiguo Testamento se cuenta alaa historia del rey David que consintió que su hijo mnón o Turquinio violara a su hermana Tamar.
Hace casi quince años, una muchacha se enamoró de mis gafas. (Sucedió en Santiago de Cuba). Eran pequeñas y redondas, como las del beatle aquel. -Si me las regalas, me acuesto contigo –propuso. Y anduve el resto del mes a tientas. (La verdad es que se las mandé desde España).
Ahora, cuando veo a este tipo y tengo ganas de vomitar.

Tampoco soporto la hipocresía. Occidente se rasga las vestiduras, porque alega que hay jineteras en Cuba. ¡Vaya nombrecito! pero se tapa la nariz ante el burdel en el que se ha convertido Europa, Ante las violaciones de los soldados de la ONU o los EE.UU allí dónde están, Ante la existencia de la cárcel de Guantánamo, Ante la muerte diaria por hambre de más de cuarenta mil niños…
No hay jineteras, hay mujeres humilladas, que tienen que taparse la nariz y alquilar su cuerpo.
Durante la hora que estuvo allí no habló ni una palabra. Ni un gesto. Se fumó un cigarro mirando a la catedral. Fui incapaz de dejar de mirarla. Lo hice con discreción. Pero subyugado por su tristeza. Pero ella, se dio cuenta. Y disimuladamente me miró alguna que otra vez.
(Y cuando aquel tipo selevantó y entró en bar), Ella se levantó y se acerco a mí. -Que escribes. –Me gustas, algo sobre ti
Quedé en enviárselo y es lo que hago ahora. El italiano regreso. Y ella se fue con él. Me tiró un beso fugaz con la mano. Y yo me quedé pensando en lo patéticos que resultan algunos tíos, que yo qué sé lo que se creen. JESÚS ÁNGEL REMACHA -PLINIO-

VISTA DE AMANECER EN EL TRÓPICO. DESDE LAS ANTILLAS, VOLÓ... -VI-

Titén: me escribe una nota: “Plinio, este proyectil perteneció a un barbudo del ejército rebelde que combatió en la Sierra Maestra junto a Fidel”.
Fíjate, yo que soy pacifista hasta la médula, que no comparto ni canciones ni razones de guerra, que desde que era joven me he manifestado contra todas las guerras, ese proyectil, me emociono como un niño.
Ángel González lo dice en aquel poema memorable: Desde las Antillas / voló un día tan alta / que su sombra cubrió pueblos enteros / acarició los montes y los ríos / cruzó sobre las olas / saltó a otros continentes / parecía…
Cuba para quienes vivimos la pesadilla del franquismo era una liberación, la isla mágica. Era un juego de niños, una canción que cantábamos para conjurarnos de aquella España tan gris y tan rancia.
(En el río, a la sombra de los árboles, debajo de aquel cine abandonado, que semeja la quilla de un barco que no puede zarpar, cantábamos (teníamos una guitarra y la suerte de saberla tocar):

Fidel, Fidel ¿Qué tiene Fidel? Que los americanos no pueden con él. Franco pidió a Fidel dinero para el Seminario (bis)Y Fidel mandó a Francocuras revolucionarios (bis). Fidel, Fidel ¿Qué tiene Fidel? Que los americanos no pueden con él.

Este proyectil, esta bala es aquella parte de aquella sombra, una palabra enamorada. Don Antonio Machado le cantaba a Lister. El mítico general del V Regimiento. Si mi pluma / valiera tu pístola.
Yo no digo tanto, pero sé que esta bala que guardo en mi mano, y que, por tanto, no causó muerte alguna es parte de ese sueño. Es la memoria de los barbudos, la vista de un amanecer en el trópico, mi niñez del 68.
No dispararía ni una palabra que causara daño, pero la diría si al no decirla, aún causara más dolor.
Hemos conocido a Titén y a Irene en este viaje. Son una pareja encantadora. Les traemos un regalo de Belén. Su conversación es reposada, pero para mí es vital. Trato de saber cómo está La Habana ahora. Como vive Cuba, sin Fidel al frente. El futuro de la isla. Las normas liberalizadoras de Raúl.
No hablamos de los mitos. Hablamos de personas concretas. De Robertico Robaina, de Pérez Roque, de Carlos Lage. Yo quiero saber cómo es el día a día en la isla. Cómo es la aventura de comer, la aventura de vivir cada día.
No hay asomo de crítica en mis palabras. Respeto demasiado los países a los que viajo y a las personas que viven en él. Quiero decir, que me gusta empaparme del lugar al que voy, al que viajo. No me gusta juzgar un lugar comparándolo con el lugar en el que vengo.
Hablamos de cosas como la libertad. El derecho a la libertad. De la libertad de pensamiento. De la libertad de viajar. (Me comentan su viaje de tres meses por España. Su viaje a Canadá)
Disfruto con la emoción contenida, cuando me cuenta lo que sintió cuando Fidel y los barbudos entraron en La Habana. Titén ya era un joven revolucionario. Habló de la dictadura de Batista. Pone tanta emoción en describirme como era La Habana en enero de 1959, que a mí no me cuesta nada imaginármela. Me doy cuenta de que me está contando imágenes conocidas. Son las mismas que vivió España con la llegada de la República. La ilusión desbordada, las caras alegres, las calles a rebosar.
Son las mismas que viví en Nicaragua. Las mismas que medio mundo sintió cuando el viejo Somoza subió la escalerillas del avión, llevándose consigo las riquezas de todo un país y el cadáver de su padre.
Sigue hablando con emoción. Agradece un escrito mío “Yo me quedo” en el que hablaba de estas cosas.
-Soy comunista –le explico. Y para mí construir una sociedad libre y crítica es lo más importante. Hay muchas cosas que me disgustan profundamente de esta Revolución. Venir aquí me llena de contradicciones. Pero también de ternura.
Miro Cuba desde Cuba, desde España, desde Latinoamérica. Intento ponerme en la piel de los que viven aquí o en Estelí. Intento saber cómo es la vida a diario en esta ciudad o en cualquier otra de Uruguay o Guatemala.
Que suponen para ellos palabras que yo adoro (también te adoro a ti) como Ciudadanía, Fraternidad, Igualdad…
Titén e Irene sacian mi curiosidad. Pero con esto del saber ya se sabe, cuánto más conozco, más ganas tengo de saber.
Anoto en el cuaderno que me regaló Lidia. Cosas que me inquieten, que me preocupan, que no quiero que se me olvide hablar con ellos.
Me gusta su mirada. Es como una ventana abierta. –Tenemos que hablar de la revista Bohemia, de Camilo, de Haydeé Santamaría. Del futuro de Fidel. En eso quedamos. JESÚS ÁNGEL REMACHA -PLINIO-

VISTA DE AMANECER EN EL TRÓPICO. VIAJE A LA MEMORIA -V-

Es esta la ciudad en la que soy feliz, La ciudad con la que mi alma se identifica, la que reconozco como las líneas de mi mano. La ciudad cantada por Alejo Carpentier. El lado frío de la almohada. Lástima no tener aquí el libro de Belén Gopegui.
Es la ciudad en la que conocí a Dios y era una mulata cantando en un bar de la Plaza de Armas. Es la ciudad que habito y me habita. La isla de mis sueños. La isla de rojo coral.
Es un día de reposo. Daniel y Ángel se fueron a Viñales. Yo me quedé aquí con la excusa de que ya había ido. (Era cierto). Quería verte.
Me gustan las pinturas naif, y mi casa está llena de ellas. –Quiero ver tus cuadros, -te dije a modo de excusa cuando la llamé.
Me gustó la otra tarde. Me gustó su caminar sin `prisas, su conversación. Me gustó que no me hiciera creer que era el hombre de tu vida. (Aquí ya me ha pasado varias veces).
La esperé ansioso enfrente al Centro Cultural español. Me senté a esperarla. Y mientras lo hacía, escribí. (Y recordé, y mis miradas se cruzaron con mis miradas de antes).
Anoto rápido en el cuaderno estas ideas que no se me escapen: (la veo venir):
*Mi mirada cambió, para siempre, cuando llegué aquí. / *No sé, sin mi Habana, te hubiera conocido. No sé, si sin ella, me hubiera acercado a ti. Vine a La Habana convencido y volví enamorado. *Toqué con mis ojos las esquinas del paraíso. Y, entré en él. *Marta me dijo que aquel extraño no era yo –Tus ojos, te delatan. *Atravesó mis ojos y se me metió en el alma. (-Lo mismo me pasó contigo). Y entonces era diciembre.
Vas llegando a mi lado. Desde lejos me sonríes y te sonrío. (Mi miopía acecha, mi ojo derecho ciego también. Pero mi ojito izquierdo…)
Me besas y te beso. Pero más me dejo besar. (No traes carpeta alguna). Me das la mano, la entrelazas en la mía. Caminamos hacia la Plaza Vieja, no muy lejos de la catedral. Hace sol, a pesar de ser tan de mañana. -No es muy pronto para que me invites a una cerveza, verdad?

Tus palabras tienen alas. Me queman. Ridiculizan mis contradicciones y mi manera de pensar. Revitalizan mis presagios. Y ponen cimiento a mis esperanzas. Mis verdades, ninguna, se esfuman. A lado me siento vivo.
Fidel. Siempre Camilo. Fran País. –A tu lado me siento viva. Y aquí me llaman gusana.
Fidel. Siempre Camilo. Haydeé Santamaría. -A tu lado me siento libre. Y allí me llaman radical.
-Tengo frío. Y hacía un sol tropical. Yo me hago el loco. -¿Quieres otra cerveza?. Me levanto y saludo a Eusebio Leal. Con el rabillo del ojo sé qué me mira. (Conocí al historiador de La Habana en 1986. Fue en el pasillo de la universidad.)
Eres linda y yo me veo lindo. Mientras me hablas, me fijo en tus ojos, pero cuando llevas la cerveza a tus labios me rindo. Y sé que ahora soy yo el que te va a besar. (Quizás ya no sea la primera cerveza)
Siento como tus ojos me entran, como se apoderan de mí, como me invaden. La conversación se pierde por derroteros imposible que soy incapaz de recordar. Me hablas de venir a la vieja Europa. –Los impresionistas, Durero, París, Roma… ¡cuánto me gustaría viajar. Vamos de la mano. Me llevas por calles que no conozco. Pero sé que estoy en esta ciudad. Te recito un poema de Oliverio Girondo. Y sé que eres de esas mujeres que saben volar.
Tu casa es bonita. Sencilla. Pequeña. Dos mecedoras, una televisión inservible. Varios Cds. Cuadros. Fotos. Carpetas. Y una cama pequeña, acogedora, ordenada…
(Me regalas un cuadro pequeño, que miro ahora en Alcalá. Unas casas amarillas con balcones azules. El mar a lo lejos. Gentes detenidas, gentes que van. –Es Trinidad -me dices entre risas). (Yo te regalo mis recuerdos de esa ciudad).
Pasan las horas como un relámpago, como una tormenta. Subimos una montaña y luego otra y luego otra. El tiempo se ha detenido. El mundo no existe. Y una montaña más.
(Visitamos Soroa, los jardines de Babilonia, ascendemos al Machu-Pichu, cruzamos el desierto de Aracataca bajo el sol, las cataratas del Niágara, bajamos al Benito Moreno y nadamos desnudos en el río Perfume).
Según cuentan las leyendas alguna vez fue posible tanta felicidad. Me abrazas para detener el tiempo. Me quemas de tal modo, que me hecho a llorar. Cuando me das el último beso, sé que esta vez, no voy a resistir la tentación de quedarme. O de irme con el alma rota otra vez.
(Te veré mañana)
JESÚS ÁNGEL REMACHA -PLINIO-

viernes, 22 de agosto de 2008

VISTA DE AMANECER EN EL TROPICO. POR EL MAR DE LAS ANTILLAS. -IV-

Hoy hemos venido a las Playas del Este. Tú no querías, pero al final te he convencido de que dejáramos las columnas y los soles de La Habana y nos viniéramos aquí. –Hay tanta gente, que no te reconocerán ni las piedras.
Alquilamos un coche. Cruzamos la ciudad por el este; atravesamos un mítico túnel bajo el río, dejamos atrás la ciudad deportiva que construyeron para los Juegos Panamericanos de 1990; las construcciones llevadas a cabo por los soviéticos… parajes de ensueño y por fin llegamos a la playa.
Son apenas las diez la mañana y ya hay mucha gente. Demasiada. Familias enteras. Muy curiosas. Muchos van vestidos, se bañan vestidos, con vaqueros, con toda la ropa.
-Así aprovechan la escasez de lavadoras y matan dos pájaros de un tiro.
Es curioso, que la desinhibición, que la pulsión sexual de la que hacen gala, esa pulsión que se respira y palpita en el aire, que casi abruma… no se note aquí en la playa. ` ¡Qué tapada está la gente! Es una pena.
Los habaneros que ya beben desde este punto de la mañana, entierran las botellas en la tierra, nos miran como si fuéramos marcianos. Seguro que piensan que estaríamos mejor en Varadero
Muchos (quizás no tantos) llevan collares, gargantillas, pulseras… de oro. Se bañan con ellos. Es como si quisieran demostrar lo ricos que son. Ostentar su riqueza. (Pero no son de aquí. Viven al otro lado de la bahía, más allá del estrecho de la Florida, en Miami. Vienen, presumen, están unas semanas y luego se van). Dejan un poso de inquietud y de envidia. Otros seguirán sus pasos.
Me molesta tanta gente. Así que me voy a dar una vuelta, playa adelante. Por otras veces sé que al final de la playa siempre hay una sorpresa, Esta vez tampoco me equivoco.
Busco palabras, busco colores, busco cuerpos de delirios para contar. Voy recogiendo colores para escribir una historia. Pero no es fácil. En medio de tanta luz, alguien a lo lejos toca un adagio, como el de Albinoni, que me deja tristísimo…
Me fijo, playa adelante, en los cuerpos redondos y sinuosos de mulatas que me dejan sin aliento alguno, sin respiración posible, sin aire, sin nada…
Busco el negro y el mulato de los cuerpos de esas chicas, el verde del primer mar, el azul infinito del último, la risa blanca de niños y niñas (ente miles ninguno llora); la alegría de todos: contritos o ufanos no importa; el canto yoruba de Guillén; los amaneceres espesos de Paradiso; el barroco inmenso de Carpentier; como amanece y estalla la luz del trópico.
Busco y encuentro a raudales la fogosidad de la vida; la victoria definitiva de la luz sobre la muerte, la ardiente impaciencia de la que hablara Neruda, los versos de Rimbaud, el maldito…
Busco y encuentro la luz, el amor, la vida; la arena blanca o la arena negra; el modo de subir a un cocotero y abrir un coco para calmar mi sed. Una sed ardiente y seca, una sed húmeda. Ávida de agua, anhelante de ron. Recuerdo los besos de… ¡ay! cómo se llamaba.
Busco la silueta de un barco en el horizonte para entender por qué los cubanos siempre miran al mar… Busco una botella de ron en la arena, un cañón de azúcar, un barco de papel.. Busco…

Mis ojos están ahítos y mi mochila se ha llenado de palabras, de sueños, de colores. y de algo más.
Duxpay –así dice que se llama- ha detenido sus pasos. La he visto caminar delante de mí. Cuando paso a su lado, sigue a mi ritmo y comienza a hablarme. Regreso.
El cielo se ha vuelto amenazadoramente negro. Y miles de cubanos huyen en desbandada. Tú sigues sentada donde te dejé. Ha empezado a diluviar. Pero sigues aje a truenos, a la tormenta. A este relámpago que rompe la tarde.
Miras el mar, la playa desierta, el cielo negro… totalmente fascinada.
En el regreso vemos cientos de autobuses amarillos llenos de habaneros, de biciletas con un equilibrio imposible, de gentes que caminan ajenas a todo y al mismo diluvio.
Mientras caminan, cantan, como niños, que descubren en la lluvia el mejor de los regalos para jugar. (Esto es lo que he escrito para ti)
JESÚS ÁNGEL REMACHA -PLINIO-

VISTA DE AMANECER EN EL TROPICO. LYDIA, LA AMANTE CUBANA DE LORCA -III-

-Fuiste amante de Lorca. (Me miras incrédula).
-Desanimado y melancólico (ay, el mal de amores) tras su ruptura con Dalí, Lorca viajó a Nueva York. Era 1929. (Dos años después estallaría la primavera en España) Allí escribió uno de sus mejores libros. “Diario de un poeta en Nueva York”.
Pobre Lorca, pobre Federico. Enamorado de un surrealista loco, que luego le re­pudiaría y coquetearía con sus ase­sinos. El gran masturbador amante de un Buñuel genial.
Joder, Li, que Federico escribió un alle­gro musical que transformó el mundo. Que su poema Son de negros en Cuba es el relato que cualquier viajero hubiera querido escribir. Que es la voz de Cuba, la voz de mi Habana, la de Santiago.
Eso es lo que recuerdo, hoy, cuando paseo, de nuevo, por el lu­minoso Malecón y me pierdo por las calles de esta mi Habana. Luce un sol demoledor, y no hago si no ca­llejear y callejear. Detenerme en so­portales y esquinas. Deslumbrarme.
“Nunca fui a Granada” cantó un Al­berti herido que no pudo volver a Granada para recordar al amigo asesinado.
“Iré a Santiago” cantó un Lorca, enamo­rado de esta tierra. Y en este momento de reposo, aquí en las Ramblas, me doy cuenta de que comparto con nuestro Lorca un mismo sentimiento, una sensación repetida desde que me ena­moré de La Habana. “Si alguna vez desaparezco, búscame en Andalucía o en La Habana”
Quizás por eso venga tan a menudo: por la necesidad de perderme, de quedarme aquí, de sentirme vivo, de sentirte extramente cerca de ti.

Amor, en ese poema “Son de negros en Cuba”, Lorca invoca como en un sortilegio a la luna. Es un son incomparable que podría haber escrito Nicolás Guillen: un son espontáneo, rítmico como un canto de los antiguos esclavos yorubas. Como el canto de los esclavos cor­tando caña en los ingenios azúcar españoles.
Cuando llegue la luna llena iré a Santiago, / en unce de agua negra. Iré a Santiago… / ¡Oh Cuba! ¡Oh ritmo de semillas secas! Iré a Santiago. / ¡Oh cintura caliente y gota de madera! Iré a Santiago. / ¡Arpa de troncos vivos, caimán, flor de tabaco! Iré a Santiago. / Siempre he dicho que yo iría a Santiago en un coche de agua negra. Iré a Santiago. / Brisa y alcohol en las ruedas, iré a Santiago. / Mi coral en las tiniebla, iré a Santiago. / El mar ahogado en la arena, iré a Santiago, / calor blanco, fruta muerta, iré a Santiago. / ¡Oh Cuba! ¡Oh curva de suspiro y barro! Iré a Santiago. /
Lorca te conoció en una tarde de lluvia. El sol resplandecía. Y sin saber cómo empezó a llover. Dicen que solo Lorca percibió la lluvia. Dicen que dejó de tocar el piano para escucharla. Que luego salió del hotel para empaparse y sentirse vivo. Que allí estabas tú.
-Allí te conoció. Allí se enamoró de ti. ¿Cómo has podido olvidarlo?
Me miras divertida y crees que, de nuevo te tomo el pelo. Que me río de ti. Y de tu amor por Lorca. Yo continúo contándote esta histo­ria, que tú no acabas de creerte. Angel y Dani, mis sobrinos me miran y se llevan la mano a la ca­beza: -Tío Chus -vuelves a hablar sólo.
Lorca te conoció en La Habana. Vino a hablar de Literatura y sólo supo hacerlo de quien acababa de enamorarse. En La Habana de la mano contigo, haciendo el amor contigo, estremeciéndose contigo escribió su “Romancero Gitano”. A ti te dedicó este libro. Mira:

Hemos regresado a la Plaza de Ar­mas. Busco entre los puestos de libros. Y al fin encuentro el que buscaba. Busco un poema: La Casada infiel. ”A Lidia Ca­brera”.
Descubres el juego y te ríes.
Y yo me la llevé al río / creyendo que era mozuela / pero tenía marido…
Lorca regresó destrozado a España. No se imaginaba la vida sin Cuba. Tu tampoco pudiste retenerlo, por­que estando casada y teniendo ma­rido le dijiste que eras mozuela cuando te llevó al río.
Lorca regresó con un compromiso: volver. Tú le esperaste en vano. Y él, no pudo volver a verte.Los fascistas, los franquistas, le fu­silaron cerca del río Darro, en Granada. En su Granada. Acababa de llegar de Ma­drid. Huía de Madrid. (Cuando creyó encontrarse a salvo se encontró con el gesto de la muerte).
-No dejó de pensar en ti en todo este tiempo.
Aquí en La Habana, le lloraste. Llo­raste la ausencia de tu Federico. En tus memorias escribirías: “Cuando supe las condiciones trágicas de la muerte de Federico, pensé con consterna­ción el horror que debió sentir. Él era tan delicado y esa muerte tan horrible debió causarle segundos inimaginables de horror. Fue una muerte imperdonable”.
Otra vez cerca del río. Alberti lo ha había escrito algunos años antes.
Mi corza buen amigo, / mi corza blanca. / Los lobos la mataron al pie del agua... / Los lobos, buen amigo / que huyó por el río.../ Los lobos la mataron. / Dentro del agua /
Regreso al hotel. Quiero llegar pronto para poder escribir este día tan sorprendente. Pero en La Habana el ritmo lo impone la propia vida y no tus deseos. Deyanira es una muchacha joven, muy joven, con un punto de tristeza. Me pregunta la hora. Es un guiño para que me quede a hablar con ella.
Y me quedo.
Estudia tercero de medicina. Me pregunta por la situación de los servicios públicos en España. Hablamos de emigración, de la vida, del trabajo.
-¿Te irías a vivir a España? –le pregunto a bocajarro. –No –me responde. No podría vivir sin La Habana. Añoraría el malecón. Las calles. El bullicio. Los olores de acá.
-Yo en cambio me vendría a viviré acá por ese mismo motivo. Me gusta estar aquí.
Deyanira se echa a reír. Abre una carpeta y me enseña sus pinturas. Son pequeños cuadros naif llenos de vida. –Me relaja pintar. A veces vengo aquí, aunque vivo lejos. Me siento. Y dibujo.
En los cuadros hay casas con colores vivos: verdes, azules, amarillos… niños que juegan, palmeras… Se nos pasa la tarde. Le hablo de España. De mi trabajo. –Es lo mejor que me ha pasado en la vida. Adoro mi profesión. Por mis alumnos y porque me permite viajar.
Deyanira me acompaña hasta el hotel. –Hasta mañana. Su beso sabe a agua fresca. Los de mañana sabrán a miel.
JESÚS ÁNGEL REMACHA -PLINIO-

VISTA DE AMNEC ER EN EL TROPICO. LAS LIBRERIAS DE LA HABANA -2-

Te he traído a La Habana y te paseo por el Malecón. He caminado con paso rápido, con paso de vértigo devorando los perfiles de mi amada: el bunker de la embajada rusa; la casa de América (Galeano y Cortázar estaban aquí); la oficina de intereses yanqui; los cien mástiles negros; patria o muerte, venceremos… el Hotel Nacional.
La foto de Fidel, ya con canas: la de los cinco presos en Miami, (malditos yanquis); la Rampa sin jineteras; el hotel Habana Libre sin Al Capone… Haydeé, ¿dónde estás? Deyanira, ¿dónde estás? Macarena ya no estás. Camilo vende el Gramma y Juventud Rebelde con su bicicleta. Roberto ofrece el Caimán Barbudo y la inevitable moneda de plata del Che.
Pero yo sólo quiero recorrer el camino, encontrarme con las casas azules, verdes, de plata. Pasar de largo de la lujosa mansión con la banderita española. Y darme de bruces con el castillo del Morro, con la Plaza de Armas. Y si puedo, llegar hasta la catedral.
Siento la Habana está más fascinante que nunca. Su luz me atrapa como el hilo de Ariadne. Me envuelve en una tela de araña, en un laberinto de luminosidad. Soy incapaz de encontrar salida alguna. Dani viene en mi socorro, me salva y vuelvo con él, al hotel, a desayunar.

El sol empieza a levantarse y ya pica. Hacemos los seis kilómetros en apenas un suspiro. A un lado, columnas y ventanas abiertas. Al otro el mar.
Desayunamos tranquilamente. Mucha fruta: mango, papaya, melón, sandía fresquísima, jugo de banana y tamarindo, una piña dulcísima, agua fresca, guayaba, unos trozos de mamey y una pizca de aguacate… Un poco de jamón con tomate. Leche de soja con cereales. Ninguno tomamos café.
Las calles de la Habana ahora me resultan extrañas. ¿Qué le pasa a ésta ciudad? De pronto caigo en la cuenta. (Ninguna mulata se acerca a ligar conmigo. Ninguna me habla. Ninguna quiere platicar. Nadie me ofrece una sonrisa. Ni siquiera una cerveza… Ni un beso furtivo o ardiente. Ni un trago de ron.) Sin embargo, de vez en cuando, (demasiado a menudo para mi gusto) un mulato te guiña un ojo- (¡Eres tan guapa!). Te sonríe y tu corazón salta. Tus pasos se agitan. Es increíble que sigas conmigo.

Hoy hemos comido en la Bodeguita del Medio, cerca de la catedral. Tú te has pedido una ensalada de piña, mango, coco y papaya con yogurt, y yo, mi primera cerveza fría. Una Bucanero.

Me he puesto a recordar.
Recuerdo uno de mis primeros viajes. Yo viajaba con Matilde. Íbamos a Nicaragua en un proyecto de solidaridad. Nos quedamos una semana en La Habana. Ya estaba fascinado con esta ciudad. Un año antes, la había descubierto. Fue en febrero, había recorrido decenas de escuelas e institutos, escuchado cantar a Pablo y Silvio, saludado a Fidel.
Había visto sentado en un teatro, justo detrás de mí, a García Márquez. Tomado café con gente desconocida. Escuchado cantar a dios: era una mulata preciosa con una voz angelical. Había platicado con cientos de personas: del mundo, de la vida, de Cintio Vitier, de Herminio Almendros, de Marx…
Me había subyugado la desinhibición de la gente, su alto nivel educativo, su extrema pulsión sexual.

Era una Habana entrañable y magnifica, sin tiendas ni turistas, igualitaria y libre. La única ciudad del mundo en la que había enormes colas para comprar cualquier libro.
Por aquel tiempo se presentaba en la Moderna Poesía –siempre fue mi libre ría favorita- el último libro de Gabo: El amor en los tiempos del cólera. La fascinante sensación de ver una fila de más de mil personas que serpenteaba por unas calles llenas de luz, esperando comprar el libro, es una de esas imágenes que uno no puede olvidar.
En aquel viaje, ni cervezas había.

A veces, ni aquí en la Bodeguita. Una mañana fascinado, extenuado por una ciudad que se ha convertido en una debilidad para mi, llegué deslumbrado entre sol y soportales hasta este rincón en el que ahora como contigo.
Por entonces ya sabía aquello de “un mojito en el Floridita y un daiquiri en la Bodeguita”. Vivía Nicolás Guillén, Yo estaba en el paraíso y en todos los rincones se escuchaba la canción de Carlos Puebla en homenaje al Che. “Aprendimos a quererte…
En este rincón fresco, que luego se ha ido llenando de turistas, quedándose vacío de cubanos; el camarero me sirvió una Cristal exquisita. Y fría. (Inaudito) Debió verme con sed, porque me dijo: -si va tomarse otra cerveza, resérvela, sólo nos queda una.
Así era aquella Habana que, a veces añoro y a veces encuentro en muchos rincones.
Hoy, como antes, como siempre, La Nueva Trova y Compay Segundo tocan salsa. Te siento reír emocionada, cuando te muestro una foto con la firma de Silvio Rodríguez.
Canto tan mal que sólo me atrevo a recitar una canción suya. Una que me sorprendió cuando desencantado del curso de las cosas en España, buscaba un rincón cercano al paraíso. Ese rincón que encontré en la Cuba de 1986. Con la que me citaría, furtiva y gozosamente otras muchas veces. Vivo en un país librecual solamente puede ser libreen esta tierra, en este instantey soy feliz porque soy gigante.
Amo a una mujer claraque amo y me amasin pedir nada—o casi nada,que no es lo mismopero es igual.Y si esto fuera poco,tengo mis cantosque poco a pocomuelo y rehagohabitando el tiempo,como le cuadraa un hombre despierto.
Soy feliz,soy un hombre feliz,y quiero que me perdonenpor este díalos muertos de mi felicidad. En la calle nos espera un sol de fuego. Una luz cegadora. (Un disparo de nieve) Un sol tan peligroso como el de Cádiz.

La Habana es Cádiz con más negritos. Cádiz, La Habana con más salero.
Te llevo a la Plaza de armas. A la plaza de los capitanes en la que está la silla de aquel rey de España, que nunca vino a esta República.
Decenas de puestos con libros, una suerte de Feria del libro antiguo, de librerías de viejo en las que la cubanía vende los libros que les regaló la Revolución. Compran y venden libros para saciar esa sed de saber, esos libros que ya no se publican. Esa hambre que ha agudizado la llegada del turismo.
Compramos La muñeca abandonada de Alfonso Sastre, Ismaelillo de José Martí, una edición espléndida de La ciudad de las columnas de Alejo Carpentier, Paradiso de Lezama Lima y la Historia me absolverá, el libro de Fidel.
Te regalo un ejemplar antiguo de Oros Viejos. De Herminio Almendros. Y te hablo de la importancia de este exiliado español y de este libro de cuentos en el que viven califas, titanes y emperadores.
Uno de esos libros entrañables, como aquel de Moreno Villa, Lo que sabía mi loro en el que el poeta del 27 cuenta a su hijo canciones, retahílas, fragmentos de su memoria exiliada en México.
Lástima de libro, lástima de país tan desmemoriado.
Hay miles de libros de viejo, libros viejísimos. Libros que huelen a polvo de viento como éste que tengo entre mis manos. Cuentos negros de Cuba.
Lees el título, acaricias la portada, lo abres…
Huele a pan recién hecho.
La tarde luce magnífica. Me acerco hasta mi rincón favorito en el Malecón. Allí siento todo el impacto de esta ciudad tan fascinante.
Antes he pasado por el hotel Ambos Mundos. Me pido un daiquiri. Los ritos. Tiene un punto de azúcar que me alegra la tarde.
El Malecón. Aún esta vació. Pero dentro de un rato, La Habana entera se llegará hasta aquí. Vendrán parejas y familias, grupos de amigas, enamorados, mujeres solas también. Vienen con su inseparable botella de ron. O con su botella de agua.
Se quedan hasta que ya ha entrado la noche. Simplemente miran el mar o la ciudad. Como pasa el tiempo. Como se detiene. También se bañan aprovechando las piscinas naturales, entre las rocas,
Muchos se detienen. Piden un fósforo. Preguntan cómo es el lugar del que vienes. En que trabajas, Cual es tu nombre…
Me gusta La Habana por esto. Porque puedes sentirte como en casa. Acogido. Libre. Feliz. Eh, amigo.
Es una ciudad sonriente, cálida, entrañable, hospitalaria. Mi alma gemela. La ciudad en la que me gustaría vivir.

VISTA DE AMANECER EN EL TROPICO. LOS OLORES DE MI HABANA -I.

Es de noche. Estoy en la habitación del hotel. Reventado de cansancio. Incapaz de irme a dormir.
De nuevo, el inconfundible olor de esta tierra. El sueño de haber vuelto a Cuba, a mi memoria; me tiene con los ojos abiertos, aquí, frente al Malecón.
La emoción de saber que ya estoy aquí; que he vuelto a sentir el aire húmedo y cálido del Caribe; que tú estás a mi lado; que, a pesar, de que me haya rondado la muerte, he podido salvar su gesto y salir de Ispahám. Que Jean Cocteau esta vez se ha equivocado.
En el aeropuerto, he salido corriendo, arrastrando la maleta, mochila al hombro: necesitaba sentir este aire sofocante, volver a ver los mangos y las palmeras. El aire húmedo, la tarde húmeda, la húmeda noche que estaba por venir...
Necesitaba asombrarme de nuevo. Sentir que tú estabas aquí, a mi lado, que esta vez sí ibas a hacer el viaje conmigo. Por fin. Por eso, ante la primera bocanada de este olor húmedo y sofocante, sólo he sabido echarme a llorar.
Me he llevado las manos a la cara y he llorado sin darme cuenta. Un llorar sin llorar. Sencillo. Enamorado. Seguro que Ulises cuando llegó a Ítaca, se sentía así. Veinte años luchando contra cíclopes y sirenas, veinte años sin Penélope. Y, al final, su matria, su destino, su viaje, Ítaca: él.

Lidia querida Lidia: sólo en Cuba percibo los olores de un modo tan diferente, tan nítido, tan rotundo, con tanta claridad.
Se funden en mí, en una apresurada sinestesia todos los aromas de mi Habana. Lo hacen en mi piel anostalgiada; en mis ojos que se abren asombrados; en mi memoria, convertida en ariete infatigable.

Es el olor del maní tostado, el del mango fresco, el intenso olor de la guayaba que relata Gabo. Es el olor ardiente de los amores no contrariados. El olor de la lluvia capaz de empaparte antes de caer. El olor del realismo mágico. El olor único de la lluvia afrutada; el del puro guarapo de caña abrasador como volcán; el sabor de un tiempo detenido en otro tiempo...
El olor del jazmín, el del salitre del mar que devora con furia el prodigio de las columnas de lo que fuera La Habana colonial. El olor de la ciudad de las columnas que resisten en pie como un milagro. Como la misma Revolución que ha visto pasar el cadáver de los diez presidentes de Estados Unidos, que pretendieron derribarla.
Es el olor de un mundo detenido en el tiempo; escapado de una de las páginas del Paradiso de Lezama Lima, el de los barbudos entrando en La Habana el primero de enero de la Revolución.
Es un olor a vainilla y flan de calabaza. El afrodisíaco olor de la canela. El olor de la mañana de café recién hecho... recién lavado, siempre recién vuelto a lavar. El olor del café amargo.
Es el olor de la sonrisa generosa y franca, el olor de las ventanas abiertas sin cristales; de esas ventanas que miran el azulísimo Caribe, como los habaneros y habaneras al atardecer.

Es un olor populoso lleno de color, de gentes ociosas: de gentes que platican sin miedo al tiempo ni a la polémica; de amas de casa en la búsqueda de fríjoles rojos o negros, pan blanco, arroz, bananos, cerdo, ají, congrí para preparar tasajo, moros y cristianos o un buen plato de potaje.
Es el olor de quienes miran el mar desde el malecón o de quienes, sin mirarlo, intentan sobrevivir. Es el olor a mamey y tamarindo. A piña y fruta fresca como agua de manantial.
El olor a brisa marina, a lágrimas secas, a música de salsa. A nostalgia.
Siempre una sensación de hospitalidad y nostalgia. De nostalgia eterna. De hospitalidad.
Es un olor a sol sofocante, a vientos alisios, a perfume de cuerpos que se aman y se abrazan a lo largo de los seis kilómetros de malecón.
Es el olor de amadoras y soñadoras que tientan y se hacen guiños. El olor de las mujeres que envuelven al amante en un abrazo, un beso errado, ardiente, interminable.
El olor de las canciones de Pablito o Silvio, (ese Silvio que tanto te gusta); el olor de mujeres y unicornios; el olor del breve espacio en el que no estás.
El olor del edén, el del paraíso.
El olor de una canción.
Ojalá.
JESÚS ÁNGEL REMACHA -PLINIO-

VISTA DE AMANECER EN EL TRÓPICO. PRÓLOGO

“Parto para La Habana y vienes en mi memoria, en mis ojos, en mi piel… ¡Estoy tan lleno de ti! Gracias por esa música tan dulce que tocas. Te quiero, Li.” Plinio.
Lidia me regaló un cuaderno para que escribiera en él mi nuevo viaje a La Habana.
-Seré tu lazarillo –le respondí. Y tú serás mis ojos. Veré La Habana como no la había visto antes.

La historia, esta historia, arranca aquí.
Antes de despegar, en el aeropuerto, recibí un mensaje de Lidia. Al ver su nombre en la pantalla del teléfono, me ruboricé. Lo leí luminoso. (Me pasa siempre que leo algo suyo)
Al levantar la cabeza, advertí la mirada divertida de mi sobrino Dani que, sentado en el suelo, se había echado a reír.
-Te has puesto rojo, tío Chus, pareces un adolescente.
-Es de Lidia, Dani. (Y Dani entendió lo que quería decir)
El mensaje de Lidia decía así:
Llévame a La Habana, cómo yo te traje a Tenerife, al Puerto de la Cruz, a mis paseos de mar. Sé mis ojos, me lo prometiste. Te quiero, amor. Lidia
Y Plinio llevó a su lazarillo de la mano. El viaje fue único, resplandeciente, irrepetible. El poeta percibió olores que no recordaba; descubrió rincones ocultos, en los que crecían orquídeas; platicó con Lorca en un patio colonial de fuentes y azulejos verdes; se perdió por calles y paseos que le resultaron desconocidos y paseó el malecón, incansablemente, desde antes del amanecer.
Bebió guarapo que le abrasó la garganta, tomó un daiquiri “rebelde” que le refrescó la memoria y comió moros y cristianos que, desde el otro lado del mundo, le supieron a Nicaragua.
La luz del Caribe le resultó tan demoledora que pasó tardes enteras a la sombra de los portalones leyendo a Carpentier; bailando agarrado a mulatas con caderas de ensueño a quienes fascinaba verle tan solo. Plinio jugó con caimanes y unicornios, con serpientes de mar, con mares de serpientes de mar.
Y se dejó amar. Se dejó deslumbrar de nuevo. Y como otras veces se enamoró. Radicalmente. Sin tregua ni pausa algunas. Hasta quedarse sin aliento.
Fue como si Plinio acariciara la piel de su amada por primera vez.
JESÚS ÁNGEL REMACHA -PLINIO-