viernes, 22 de agosto de 2008

VISTA DE AMANECER EN EL TROPICO. LOS OLORES DE MI HABANA -I.

Es de noche. Estoy en la habitación del hotel. Reventado de cansancio. Incapaz de irme a dormir.
De nuevo, el inconfundible olor de esta tierra. El sueño de haber vuelto a Cuba, a mi memoria; me tiene con los ojos abiertos, aquí, frente al Malecón.
La emoción de saber que ya estoy aquí; que he vuelto a sentir el aire húmedo y cálido del Caribe; que tú estás a mi lado; que, a pesar, de que me haya rondado la muerte, he podido salvar su gesto y salir de Ispahám. Que Jean Cocteau esta vez se ha equivocado.
En el aeropuerto, he salido corriendo, arrastrando la maleta, mochila al hombro: necesitaba sentir este aire sofocante, volver a ver los mangos y las palmeras. El aire húmedo, la tarde húmeda, la húmeda noche que estaba por venir...
Necesitaba asombrarme de nuevo. Sentir que tú estabas aquí, a mi lado, que esta vez sí ibas a hacer el viaje conmigo. Por fin. Por eso, ante la primera bocanada de este olor húmedo y sofocante, sólo he sabido echarme a llorar.
Me he llevado las manos a la cara y he llorado sin darme cuenta. Un llorar sin llorar. Sencillo. Enamorado. Seguro que Ulises cuando llegó a Ítaca, se sentía así. Veinte años luchando contra cíclopes y sirenas, veinte años sin Penélope. Y, al final, su matria, su destino, su viaje, Ítaca: él.

Lidia querida Lidia: sólo en Cuba percibo los olores de un modo tan diferente, tan nítido, tan rotundo, con tanta claridad.
Se funden en mí, en una apresurada sinestesia todos los aromas de mi Habana. Lo hacen en mi piel anostalgiada; en mis ojos que se abren asombrados; en mi memoria, convertida en ariete infatigable.

Es el olor del maní tostado, el del mango fresco, el intenso olor de la guayaba que relata Gabo. Es el olor ardiente de los amores no contrariados. El olor de la lluvia capaz de empaparte antes de caer. El olor del realismo mágico. El olor único de la lluvia afrutada; el del puro guarapo de caña abrasador como volcán; el sabor de un tiempo detenido en otro tiempo...
El olor del jazmín, el del salitre del mar que devora con furia el prodigio de las columnas de lo que fuera La Habana colonial. El olor de la ciudad de las columnas que resisten en pie como un milagro. Como la misma Revolución que ha visto pasar el cadáver de los diez presidentes de Estados Unidos, que pretendieron derribarla.
Es el olor de un mundo detenido en el tiempo; escapado de una de las páginas del Paradiso de Lezama Lima, el de los barbudos entrando en La Habana el primero de enero de la Revolución.
Es un olor a vainilla y flan de calabaza. El afrodisíaco olor de la canela. El olor de la mañana de café recién hecho... recién lavado, siempre recién vuelto a lavar. El olor del café amargo.
Es el olor de la sonrisa generosa y franca, el olor de las ventanas abiertas sin cristales; de esas ventanas que miran el azulísimo Caribe, como los habaneros y habaneras al atardecer.

Es un olor populoso lleno de color, de gentes ociosas: de gentes que platican sin miedo al tiempo ni a la polémica; de amas de casa en la búsqueda de fríjoles rojos o negros, pan blanco, arroz, bananos, cerdo, ají, congrí para preparar tasajo, moros y cristianos o un buen plato de potaje.
Es el olor de quienes miran el mar desde el malecón o de quienes, sin mirarlo, intentan sobrevivir. Es el olor a mamey y tamarindo. A piña y fruta fresca como agua de manantial.
El olor a brisa marina, a lágrimas secas, a música de salsa. A nostalgia.
Siempre una sensación de hospitalidad y nostalgia. De nostalgia eterna. De hospitalidad.
Es un olor a sol sofocante, a vientos alisios, a perfume de cuerpos que se aman y se abrazan a lo largo de los seis kilómetros de malecón.
Es el olor de amadoras y soñadoras que tientan y se hacen guiños. El olor de las mujeres que envuelven al amante en un abrazo, un beso errado, ardiente, interminable.
El olor de las canciones de Pablito o Silvio, (ese Silvio que tanto te gusta); el olor de mujeres y unicornios; el olor del breve espacio en el que no estás.
El olor del edén, el del paraíso.
El olor de una canción.
Ojalá.
JESÚS ÁNGEL REMACHA -PLINIO-

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