viernes, 22 de agosto de 2008

VISTA DE AMANECER EN EL TROPICO. LYDIA, LA AMANTE CUBANA DE LORCA -III-

-Fuiste amante de Lorca. (Me miras incrédula).
-Desanimado y melancólico (ay, el mal de amores) tras su ruptura con Dalí, Lorca viajó a Nueva York. Era 1929. (Dos años después estallaría la primavera en España) Allí escribió uno de sus mejores libros. “Diario de un poeta en Nueva York”.
Pobre Lorca, pobre Federico. Enamorado de un surrealista loco, que luego le re­pudiaría y coquetearía con sus ase­sinos. El gran masturbador amante de un Buñuel genial.
Joder, Li, que Federico escribió un alle­gro musical que transformó el mundo. Que su poema Son de negros en Cuba es el relato que cualquier viajero hubiera querido escribir. Que es la voz de Cuba, la voz de mi Habana, la de Santiago.
Eso es lo que recuerdo, hoy, cuando paseo, de nuevo, por el lu­minoso Malecón y me pierdo por las calles de esta mi Habana. Luce un sol demoledor, y no hago si no ca­llejear y callejear. Detenerme en so­portales y esquinas. Deslumbrarme.
“Nunca fui a Granada” cantó un Al­berti herido que no pudo volver a Granada para recordar al amigo asesinado.
“Iré a Santiago” cantó un Lorca, enamo­rado de esta tierra. Y en este momento de reposo, aquí en las Ramblas, me doy cuenta de que comparto con nuestro Lorca un mismo sentimiento, una sensación repetida desde que me ena­moré de La Habana. “Si alguna vez desaparezco, búscame en Andalucía o en La Habana”
Quizás por eso venga tan a menudo: por la necesidad de perderme, de quedarme aquí, de sentirme vivo, de sentirte extramente cerca de ti.

Amor, en ese poema “Son de negros en Cuba”, Lorca invoca como en un sortilegio a la luna. Es un son incomparable que podría haber escrito Nicolás Guillen: un son espontáneo, rítmico como un canto de los antiguos esclavos yorubas. Como el canto de los esclavos cor­tando caña en los ingenios azúcar españoles.
Cuando llegue la luna llena iré a Santiago, / en unce de agua negra. Iré a Santiago… / ¡Oh Cuba! ¡Oh ritmo de semillas secas! Iré a Santiago. / ¡Oh cintura caliente y gota de madera! Iré a Santiago. / ¡Arpa de troncos vivos, caimán, flor de tabaco! Iré a Santiago. / Siempre he dicho que yo iría a Santiago en un coche de agua negra. Iré a Santiago. / Brisa y alcohol en las ruedas, iré a Santiago. / Mi coral en las tiniebla, iré a Santiago. / El mar ahogado en la arena, iré a Santiago, / calor blanco, fruta muerta, iré a Santiago. / ¡Oh Cuba! ¡Oh curva de suspiro y barro! Iré a Santiago. /
Lorca te conoció en una tarde de lluvia. El sol resplandecía. Y sin saber cómo empezó a llover. Dicen que solo Lorca percibió la lluvia. Dicen que dejó de tocar el piano para escucharla. Que luego salió del hotel para empaparse y sentirse vivo. Que allí estabas tú.
-Allí te conoció. Allí se enamoró de ti. ¿Cómo has podido olvidarlo?
Me miras divertida y crees que, de nuevo te tomo el pelo. Que me río de ti. Y de tu amor por Lorca. Yo continúo contándote esta histo­ria, que tú no acabas de creerte. Angel y Dani, mis sobrinos me miran y se llevan la mano a la ca­beza: -Tío Chus -vuelves a hablar sólo.
Lorca te conoció en La Habana. Vino a hablar de Literatura y sólo supo hacerlo de quien acababa de enamorarse. En La Habana de la mano contigo, haciendo el amor contigo, estremeciéndose contigo escribió su “Romancero Gitano”. A ti te dedicó este libro. Mira:

Hemos regresado a la Plaza de Ar­mas. Busco entre los puestos de libros. Y al fin encuentro el que buscaba. Busco un poema: La Casada infiel. ”A Lidia Ca­brera”.
Descubres el juego y te ríes.
Y yo me la llevé al río / creyendo que era mozuela / pero tenía marido…
Lorca regresó destrozado a España. No se imaginaba la vida sin Cuba. Tu tampoco pudiste retenerlo, por­que estando casada y teniendo ma­rido le dijiste que eras mozuela cuando te llevó al río.
Lorca regresó con un compromiso: volver. Tú le esperaste en vano. Y él, no pudo volver a verte.Los fascistas, los franquistas, le fu­silaron cerca del río Darro, en Granada. En su Granada. Acababa de llegar de Ma­drid. Huía de Madrid. (Cuando creyó encontrarse a salvo se encontró con el gesto de la muerte).
-No dejó de pensar en ti en todo este tiempo.
Aquí en La Habana, le lloraste. Llo­raste la ausencia de tu Federico. En tus memorias escribirías: “Cuando supe las condiciones trágicas de la muerte de Federico, pensé con consterna­ción el horror que debió sentir. Él era tan delicado y esa muerte tan horrible debió causarle segundos inimaginables de horror. Fue una muerte imperdonable”.
Otra vez cerca del río. Alberti lo ha había escrito algunos años antes.
Mi corza buen amigo, / mi corza blanca. / Los lobos la mataron al pie del agua... / Los lobos, buen amigo / que huyó por el río.../ Los lobos la mataron. / Dentro del agua /
Regreso al hotel. Quiero llegar pronto para poder escribir este día tan sorprendente. Pero en La Habana el ritmo lo impone la propia vida y no tus deseos. Deyanira es una muchacha joven, muy joven, con un punto de tristeza. Me pregunta la hora. Es un guiño para que me quede a hablar con ella.
Y me quedo.
Estudia tercero de medicina. Me pregunta por la situación de los servicios públicos en España. Hablamos de emigración, de la vida, del trabajo.
-¿Te irías a vivir a España? –le pregunto a bocajarro. –No –me responde. No podría vivir sin La Habana. Añoraría el malecón. Las calles. El bullicio. Los olores de acá.
-Yo en cambio me vendría a viviré acá por ese mismo motivo. Me gusta estar aquí.
Deyanira se echa a reír. Abre una carpeta y me enseña sus pinturas. Son pequeños cuadros naif llenos de vida. –Me relaja pintar. A veces vengo aquí, aunque vivo lejos. Me siento. Y dibujo.
En los cuadros hay casas con colores vivos: verdes, azules, amarillos… niños que juegan, palmeras… Se nos pasa la tarde. Le hablo de España. De mi trabajo. –Es lo mejor que me ha pasado en la vida. Adoro mi profesión. Por mis alumnos y porque me permite viajar.
Deyanira me acompaña hasta el hotel. –Hasta mañana. Su beso sabe a agua fresca. Los de mañana sabrán a miel.
JESÚS ÁNGEL REMACHA -PLINIO-

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