sábado, 23 de agosto de 2008

VISTA DE AMANECER EN EL TRÓPICO. LA HISTORIA DEEL EMIR MOHAR -IX-

Cuenta Plinio en una de las leyendas, que un día escribió a Lidia, que en la ciudad de Ispahám, en Arabia, la del gesto de la muerte de Jean Cocteau, vivió una vez su majestad el emir Mohar.
Mohar fue un emir ambicioso, un mecenas deseoso de pasar a la posteridad. Un día Mohar mandó a criados y príncipes que partieran en la búsqueda de Mamberlán, el famoso arquitecto damasceno.
Mamberlan construyó para Mohar un castillo con forma de laberinto. El laberinto tenía siete puertas y cada puerta, después de espejos y pasadizos desembocaba en una amplia sala. Cada sala, cuidada hasta en los más mínimos detalles, representaba una de las siete ramas del saber. Decorada con piedras preciosas, rubíes y jades, cada sala era un fabuloso tesoro.
Pero para quienes sabían ver más allá de tanta magnificencia, también ocultaba una propiedad mágica. El laberinto, -cuentan que en él se inspiró Dédalo-, fue aclamado como una nueva Maravilla similar a los jardines de Babilonia o el Faro de Alejandría. Miles de viajeros de todo el mundo viajaron hasta Ispahám para contemplarlo. Y alabar a su arquitecto.
Cuenta Plinio que Mohar, mandó ejecutar a Manberlam, para evitar que el arquitecto desvelara las claves de su construcción. Y que Manberlam, precavido, pronunció un sortilegio en el mismo instante de su muerte, y que el laberinto se desvaneció en el aire.
Cuenta Plinio en otra de las historias que escribe para Lidia, aunque otras y otros las lean que, en las Antillas, hay una isla inusual: Cuba y que allí vivió un hombre llamado Argantonio con su hija.
Cuenta Plinio que la belleza de Soroa era tal, que acudían de todos los rincones el mundo toda una corte de príncipes, caballeros y piratas dispuestos a solicitar su mano y extasiarse con su belleza. Y, que, sin saber porqué, (pero es fácil adivinarlo) Soroa enfermó de melancolía. Y murió, joven y hermosa, de amor.
Y que su padre, Argantonio, apenado y roto por el dolor mandó buscar a Keramburo Oé, japonés, arquitecto, poeta… Que Keraramburo Oé trajo flores y árboles de todo el mundo: ceibas, mamey, dragos, baobabs malinches, robles… y miles de orquídeas de mil colores y formas diferentes.
Que con ellas construyó un jardín con forma de laberinto, un asombroso jardín resguardado en un rincón del paraíso desde el que Plinio escribe esta historia a Lidia, en esta mañana húmeda de julio… ...(Cuando Lidia vuela a Jerusalén)
No llovía en Soroa, aunque era palpable la humedad. Estaba tal y como la recordaba, húmeda y excitante, aunque no fuera tiempo de orquídeas.
Daniel, mi sobrino más parecido a Cortázar, me ayudó a hacer fotos arañas y orquídeas, de colibríes y otras flores desconocidas, mientras una guía genial nos explicada lo poco que quieren los cubanos a las suegras, y el origen de este jardín.
Me fascinó la historia de este padre que, trastornado por la muerte de su hija, decide invertir todas sus riquezas en la construcción de este jardín. Enseguida supe cómo iba a construir esta historia. Soroa sería la princesa que diera nombre a este jardín situado al norte de Cuba.
Cómo relacioné Soroa con el emir Mohar, con el laberinto, con Dédalo, es muy fácil de contar.
JESÚS ÁNGEL REMACHA -PLINIO-

No hay comentarios: