viernes, 11 de abril de 2008

POESIA DE ABRIL. LA NIEBLA Y LA DONCELLA

Ahora, cuando abril empieza a temblar entre los almendros y las gotas de lluvia, retomo este camino anostalgiado. Lo hago con paso ligero y con el corazón color gris oscuro, estremecido por la desolación que encuentro a mi paso.
La niebla de la amanecida copa la ciudad, condensada, impenetrable. Ando raudo, rápido, cobijándome del frío glacial del río mientras me voy apoyando en las barandas herrumbrosas de este puente olvidado.
Me protejo contra el viento inmisericorde mientras a mi alrededor todo parece derrumbarse, como si la ciudad que ahora atravieso fuera a desvanecerse de un momento a otro. Las detonaciones y las descargas de las invisibles sirenas revientan la mañana y todo lo envuelve un estallido fantasmal que anuncia que los vientos van a cambiar de dirección.
Me protejo, aún más, contra mi mismo. Y corro desalentado hacia ninguna parte. No puedo figurarme que estés aquí. No se si sabría salvarte. Ni siquiera sé si después de esta ciudad podré continuar mi camino. Quizás sea esta ciudad la que definitivamente me lo enseñe.
Estas últimas calles, estos recovecos solitarios y agresivos, ya los últimos de esta ciudad, bombardean mi memoria, hostigan mis pasos, pretenden impedir que alargue mi camino.
Cuando salga, cerraré esta puerta a cal y canto. Sé que la tristeza y el recordis tenue de este tiempo me acompañarán largo trecho del camino. Y que ni la lectura reflejada de las mil y una noches me harán olvidar la barbarie que he visitado.

Ya acabo la ciudad. Me encuentro de golpe con la planicie de la primavera que se anuncia. Aún me estremece tu ausencia. Aún te busco. El silencio dolorido de esta pesadilla de color amargo. JESÚS ÁNGEL REMACHA. "De estancias en La Habana"

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