martes, 22 de abril de 2008

POESIA DE ABRIL. LOS LIBROS DE MI MEMORIA.

...los libros acompañaron los días de mi infancia: aprendí a leer yo solo debajo de las faldas de una mesa camilla cuando me prohibían leer. (Entonces ya veía mal). Me acuerdo del que fue mi primer libro "Corazón" de Edmundo de Amicis.
Aún conservo este libro que mi abuela me regaló después de que un matasanos con unas tenazas que todavía duelen, me quitara unas anginas molestas. Fue mi primer libro. Lo leí con el ánimo ávido y triste. -Mi padre estaba lejos en un sanatorio-. Fue mi primer libro: una puerta abierta a un mundo fascinante, estremecedor, tierno... (Que en la España gris y pacata de Franco no estaba nada mal)
Intenté leer cuantos libros caían en mis manos. Y en casa, se fue formando mi primera biblioteca. Estaba llena de libros que me atenazaron el alma, de libros insulsos, de novelitas leves, de novelas del oeste... También de libros de misterio y aventuras: El Robinson Suizo, Emilio Salgari... . En fin, una biblioteca entrañable y numerosa que leí de cabo a rabo, o casi, a pesar de los esfuerzos familiares para que no leyera:
-No leas, Chus, que se te va a acabar la vista.

Y los curas y las monjas abundaban, las mulas dominicanas y energúmenos claretianos, en esa misma idea. Pero yo leía. Leía para transformarme y jugar a ser otro. Leía porque sabía que detrás de cada página, existía un mundo misterioso y fascinante, lleno de tantas aventuras como las que vivía en aquella barriada con un río de cangrejos y bicicletas.
Un día, al regresar de León, donde estudiaba, yo aún no era adolescente, la biblioteca entera había desaparecido. Aún siento el impacto de aquella biblioteca inmensamente blanca, tremendamente vacía... como un dolor inacabable.
Muchos años después me di cuenta de que me habían arrancado mi primera memoria. Y aún hoy la echo en falta. De algún modo, alguien, me envió al exilio... Y no fue la última vez.
Mi segunda biblioteca se empezó a formar ya en mi adolescencia. Y lo hice espoleado por la querencia impertinente de mis profesores de censurar las lecturas. Todo empezó con Julio Verne. Y aquel Un viaje a la Luna. Un libro inocente del que ellos habían arrancado varias páginas. Siguió con el encuentro de Karim y su primo abrazados -estaban vestidos- en el agua. ¡¡¡Habían censurado a Martín Vigil!!!
Y continuó con la ausencia de muchas palabras. De muchos nombres que ya entonces me sonaban. En aquellos días de los setenta, en las que los escaparates se llenaban de los libros de Pemán, Vizcaíno Casas, Uri Geller o Esther Vilar. Muchos jóvenes necesitábamos de otras palabras y las encontramos en las trastiendas de muchas librerías: de esos títulos que estaban prohibidos. De esos autores y autoras, lo más preciado de nuestras letras, que habían sido borrados...
Yo era un adolescente voraz, deseoso de aventuras, afiliado ya al Partido Comunista, lector impenitente... Si no hubiera sido por los libros que estas librerías nos suministraban no hubiamos crecido del mismo modo. Las librerías guardaban en su trastienda y en su memoria los libros escamoteados, los libros del exilio, las esplendorosas propuestas de la Institución Libre de Enseñanza...
Y seguí leyendo compulsivamente. Cada libro fue la llave que me abrió la puerta de un paraíso. Un universo fascinante. Aquñi sigo. JESÚS ÁNGEL REMACHA

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